lunes, noviembre 25El Sonido de la Comunidad

Irrespeto a los oídos ajenos

El ruido contagia y enferma casi todos los espacios urbanos; ante los oídos sordos de algunos, muchos reclaman algo de silencio

oídos

La contaminación sonora se propaga como epidemia; en la Plaza Cultural de Olivos I, en la ciudad del Yayabo, en el Centro Histórico de Trinidad, en la esquina, el bicitaxi, al lado del vecino… los altos decibeles confirman el impune proceder de quienes generan una verdadera violencia auditiva, y también la sordera de algunos de los organismos facultados para hacer valer el silencio como derecho ciudadano.

Si Escambray decide volver sobre este asunto tan estridente, lo hace ante el reclamo —casi a gritos— de los lectores víctimas de tales desenfrenos sonoros, por lo general en el horario de la noche-madrugada y durante los fines de semana, justo cuando la mayoría de las personas descansan.

A media noche, en uno de los apartamentos del 12 Plantas espirituano el estruendo perturba y se roba el sueño. Hasta bien entrada la madrugada el ruido casi sube por las paredes y se instala en ese y el resto de los hogares. Los afectados exigen acciones concretas contra los infractores, pero hasta hoy la ley no se aplica de forma rigurosa.

La preocupación por el exceso de decibeles vertidos al ambiente tampoco es nueva en Trinidad. Las actividades de ocio y diversión constituyen uno de los focos contaminantes sonoros más significativos en la ciudad, donde abundan los centros culturales, bares y restaurantes que no reúnen las condiciones acústicas para este tipo de servicio. La ruidosa modernidad invade el Centro Histórico, sus efectos ocasionan daños a la salud de las personas y al patrimonio edificado de la villa.

Así lo certifican expertos de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Trinidad y el Valle de los Ingenios, quienes alertan del peligro. Víctor Echenagusía, investigador y museólogo, advierte sobre los efectos del ruido sostenido o las vibraciones provocadas por la circulación de un vehículo de alto tonelaje en el área de más significación patrimonial, los cuales pueden ocasionar el corrimiento de las tejas, filtraciones y hasta daños a la estructura de la edificación.

Por ello, desde hace más de una década las Ordenanzas para el Centro Histórico intentan regular las diferentes actividades económicas, así como los niveles sonoros adecuados en una zona residencial notable también por su fragilidad. Estas suscriben los límites fijados por la Norma Cubana para Ruidos y Vibraciones: 70 decibeles (dbA) durante el día y 66 dbA en el horario nocturno. Sin embargo, la indisciplina social y la impunidad han alcanzado tal volumen que resultan una flagrante agresión sonora a los oídos de los demás.

Desempolvar estos reglamentos y actualizarlos al nuevo contexto constituye la medida más acertada ante el exceso de decibeles que puede medirse hoy —sin necesidad de sonómetros— en todo el entorno de la Plaza Mayor y más allá.

Las quejas de los vecinos suben de tono y llegan a oídos de las autoridades del municipio y también de Escambray, que comprueba el malestar colectivo por lo desmesurado del volumen de la música hasta bien entrada la madrugada, el escándalo de quienes trasnochan en los bares, restaurantes y centros recreativos, el estruendo de los motores cuando termina la fiesta, el insuficiente accionar de las fuerzas del orden ante una denuncia… demasiado ruido y muy poca disciplina.

“Como primer paso se actualizaron las ordenanzas y se tuvieron en cuenta los criterios en el grupo de actores económicos”, aclara Yulieski Cristo Dévora —vicepresidente que atiende esa actividad en el sureño territorio— y agrega categóricamente: “Las licencias para las discotecas no están autorizadas, únicamente para bares y restaurantes con determinadas condiciones de insonoridad”; una medida atinada ante el (des)concierto sonoro y porque además todavía se encuentran vigentes las disposiciones del Grupo Temporal de Trabajo sobe el uso del nasobuco, la limitación de capacidades y el distanciamiento físico en locales cerrados.

La fragilidad del Centro Histórico de la villa y la paz de los oídos ajenos exigen una actuación enérgica a fin de disminuir las fuentes de contaminación acústica. Después de reuniones y encuentros con trabajadores del sector no estatal, titulares de negocios y directivos de instituciones culturales, fueron creadas comisiones integradas por varios organismos, entre ellos la Dirección Municipal de Trabajo, el Centro Municipal de Higiene, el cuerpo de inspectores, especialistas de la Oficina del Conservador de la Ciudad y el Valle de los Ingenios y de Medio Ambiente y el Ministerio del Interior, que han visitado los lugares de más incidencia como parte de una labor previa de convencimiento; pero el siguiente paso es hacer cumplir las leyes.

“Se impone trabajar desde el punto de vista de la educación, de la comunicación, del papel de las organizaciones de masas, en las entidades y en el barrio. Necesitamos generar ingresos, han sido dos años duros de pandemia; sin embargo, nuestro centro histórico no debe ser expuesto, es la garantía de hacer sostenible el desarrollo de la ciudad. Toda actividad económica en Cuba y en este municipio implica una responsabilidad social”, enfatizó la funcionaria.

Pero el abuso de ruido afecta no solo el entorno social, sino que su incidencia sobre nuestro bienestar es directa. Lo validan numerosos estudios clínicos en Cuba y en el mundo; la exposición a ondas sonoras con elevados decibeles puede provocar enfermedades metabólicas, hipertensión, diabetes y afectaciones al sistema nervioso. Por tanto, la indisciplina social no puede quedar impune.

No se trata de alzar la voz —y los decibeles— unos más que otros, sino de respetar la paz de los oídos ajenos. Lo que se haga para descontaminar la ciudad de sonidos indeseables lo agradeceremos todos. 

(Tomado/Escambray)

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