El dengue nuevamente cobra otra vida en Cabaiguán, esta vez carga con una de las más valiosas almas de este pueblo
Por: Aramis Fernández Valderas
Y se encaprichó la muerte, vino a cargar contigo. Tan gigante, parecías de metal forjado, tan alegre, eras la misma alegría, tan guapo que llevabas grandes dolores por dentro y jamás los demostrabas.
Guajiro hasta los tuétanos, buena persona y con un corazón del cual solo brotaba el cariño. Forzudo al extremo de dominar el más cerrero de los bueyes y débil al extremo de secar tus lágrimas con solo oír la narración de cualquier dolor ajeno.
No tengo fechas tuyas, me escasean los datos, jamás indagué por ti. Cuando nos veíamos nos dábamos la mano y sonreías como si estuvieras junto al mejor de tus amigos. ¿Para qué iba a estar escudriñando si con solo saber quien es tu padre era suficiente?
Este golpe no tiene ni hombre ni medida, el Yoyo dejaba huellas por donde quiera que pasaba, así que como no las iba a dejar en la familia, refugio más digno a la cual quería y educaba en el bien y para el bien.
Jorge Reniel Rodríguez Guzmán, el muchacho que supo de campo, el vaquero que adoraba al ganado, ese es el que se marcha a destiempo cuando una intensa vida le esperaba de frente.
Raulito como yo te decía, venga déjame abrazarte y no te digo que marcharás al cielo, porque en él siempre has vivido, tu sonrisa, esa, si no te la llevarás, se queda con tus desendientes y esposa, con tus amigos, con cuantos te conocimos, tu nobleza también reconfortará a los que aquí quedamos para seguir recordándote como mereces gigante de metal forjado, tierno como el niño que siempre llevaste dentro.
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