Por Lillipsy Bello Cancio
Esta vez Jose, el niño grande del barrio no lo logró. Su cuerpecito no resistió las múltiples ocasiones que tuvo que someterse a intervención quirúrgica durante los últimos quince días, para corregir complicaciones surgidas de la operación que le realizaran para extirparle un tumor en el colon.
Lo extrañaremos mucho: los espectáculos que nos ofrecía en el portal de su casa cuando imitaba a alguno de sus cantantes preferidos, sus halagos constantes, su «desmesurada» alegría cuando encontraba a cualquier vecino o cada vez que se nos acercaba para pedirnos un lapicero para poder realizar las funciones de un trabajo que solo existía en su mente y sus deseos…. Jose provocaba ternuras, sonrisas, ganas de protegerlo, cariño, un cariño que ahora mismo se le desborda a quienes lo vieron crecer (físicamente, porque su alma de niño nunca lo abandonó).
Quizás fue por eso que cuando se conoció su diagnóstico todos los de la cuadra decidieron que «había que crearle las condiciones en la casa para que, tras su regreso, la recuperación fuera óptima».
No hicieron falta reuniones, ni una sola, para que todos supieran lo que tenían que hacer: unos apoyaron con esfuerzo, otros con gestiones, los que sabían con mano de obra, algunos abrieron hueco para la fosa, las mujeres se ocuparon de que no faltaran el agua, el café, la merienda y hasta la pastilla para los dolores que decían «aquí estoy yo» nada más reposaban los cuerpos desentrenados.
Así transcurrieron varios días y no importó que fuera domingo o lunes… lo único que querían todos era concluir la obra para recibir al niño más mimado, querido, protegido del barrio…. y lo logramos, y debo confesar que ya armaba el reportaje para el que, por supuesto, sólo concebía un final feliz.
Fue por eso, entonces, que la noticia del lado de allá del teléfono me sonó tan distante, tan irreal, tan inverosímil…. Si no es porque me lo dice Mary hubiera creído que se trataba de una broma de mal gusto… y sí, Jose se nos fue, no lo logró, pero como nadie que haya vivido como él puede marcharse tranquilamente, este, nuestro niño más grande, lo hizo convocándonos, mostrándonos que siempre hay una razón para sacar lo mejor de nosotros, que no importa el resultado cuando el camino nos hace crecer y nos convierte en mejores seres humanos.
Entonces, a estas líneas solo le resta un «¡Gracias, Jose! Te extrañaremos mucho. Hasta otra vida. Un beso enorme de estos, tus vecinos, que nunca te olvidarán!»…