La muerte duele siempre, asi lo confiesa el espirituano Alexis Cepeda Madrigal, enfermero del Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos, con 46 años de servicio y misiones de colaboración en Bolivia, Haití y el Congo
Abraza la ciencia del cuidado de la salud humana y la creencia en los orishas de su religión yoruba; no hay en él esencias contrapuestas, sino extensiones del ser único que es. Desde hace 46 años, Alexis Cepeda Madrigal, licenciado en Enfermería y Máster en Urgencias Médicas, convierte su profesión en un acto de fe.
TERAPIA INTENSIVA, LA VIDA DETRÁS DE UN CRISTAL
Su uniforme blanco, impecable; su pelo nevado, sus manos llenas de anécdotas salvadoras en Cuba, Bolivia, Haití y el Congo revelan la naturaleza de este hombre dedicado casi una vida a los Cuidados Intensivos y de Emergencias; un ejercicio de enfrentamiento diario a situaciones extremas, donde, con seguridad, no hay línea divisoria entre la vida y la muerte.
Fue su espíritu alquimista, de búsqueda y aprendizajes constantes lo que le hizo, primero, querer desentrañar los misterios de la Radiología —inclinación desechada, finalmente— y luego, descubrir en la Enfermería el arte de curar cuerpos y almas.
“Quien prácticamente me crió fue la secretaria del Departamento de Radiología del entonces Hospital Regional, conocido como Hospital Viejo, y cada vez que podía me traía con ella. Cuando vio mi vocación por este mundo, habló con el doctor Evelio Guerra Marín, director del Materno por aquella época y, a través de la jefa de enfermeras de la provincia, la señorita Evidia Álvarez, comencé los estudios de auxiliar de Enfermería y me gradué en 1978; ya en 1981 me hago enfermero general”.
Los buenos maestros siguen viviendo en sus alumnos, ¿qué tantas lecciones perviven todavía de quienes lo formaron?
“Tuve la dicha de estar al lado de personas muy valiosas humanamente, que me inculcaron ese sentimiento de atender al prójimo, de hacer por el prójimo: la licenciada en Enfermería Martha Reyes Companioni, quien vive aún y es profesora de la Facultad de Medicina; las doctoras Sila Castellón Mortera, Isela Navia y los doctores Miguel Ornia y Guardiola.
“Alguien muy importante en mi carrera profesional fue la licenciada Lázara González, quien fuera la jefa de la Sala de Terapia Intensiva en el Instituto de Cardiología, de La Habana. Gracias a que me acogió como un hijo, pude vencer el curso posbásico de especialista en Cuidados Intensivos de Cirugía Cardiovascular y Cardiología”.
El sonido del monitor semeja una gota de agua cayendo, como si fuera a agotarse, como si fuera la última. Dos pacientes críticos, con pronósticos reservados, batallan por la vida. Hay frío entre las cuatro paredes, y hay tanto hermetismo que nadie sabe si afuera llueve o si la primavera viene a contentar los desánimos. Ahora, dentro, Alexis se ajusta los guantes y revisa los parámetros del oxígeno.
En su itinerario profesional, el fundador de la Sala de Cuidados Intensivos del Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos, de Sancti Spíritus, suma más de una experiencia asistencial y pedagógica en los servicios de Neurología, Ortopedia, Cirugía General, Cuerpo de Guardia y en la Unidad de Cuidados Intensivos de Emergencia (UCIE) y Politrauma.
El conocimiento en la Enfermería es como la savia en los árboles que los energiza. ¿Por qué hace de la investigación una necesidad?
En la Medicina y en la Enfermería, específicamente, el personal de debe tener la suficiente habilidad y capacidad para hacer las cosas bien.
Cada vez que se lanza una convocatoria, aunque el curso no tenga que ver nada con mi especialidad, lo solicito. El año pasado, por ejemplo, asistí al Congreso Internacional de Ginecología, en el que uno de los temas era la implementación del protocolo del parto respetuoso. Luego, en otro evento, presenté un trabajo sobre materna crítica.
En cada experiencia nueva, lo primero que hago es buscar la bibliografía que me prepare para enfrentar ese caso. Para mí el conocimiento es vital.
Como docente, siempre vinculo lo que he vivido aquí y en otros países con la teoría. Ello motiva a los alumnos, se ponen mejor a la escucha de cómo he podido atender tantos pacientes durante todo este tiempo, porque en las misiones uno tiene que enfrentarse con casos inexplicables; demostrado está, que tienes que tener la base docente y el conocimiento necesario para atenderlos.
TRES MISIONES Y UNA MISMA ESENCIA
Febrero, 2006. El enfermero Alexis forma parte de la brigada de profesionales cubanos integrantes del Contingente Médico Internacional Henry Reeve, que Fidel despide en el aeropuerto José Martí. “Van para zonas afectadas por el desastre natural que provocaron las intensas lluvias de los últimos días. Será difícil la misión en Bolivia. ¡Cuídense!”, le aconsejó a cada uno, mientras le daba una palmada en el hombro.
“Llegamos a Caranavi, en el Departamento de La Paz, con una temperatura de tres grados bajo cero. De ahí, nos trasladamos para la zona conocida como Los Yungas, un pueblo indígena, de la parte amazónica. Tratamos casos de tétano, de fiebre amarilla; atendimos a muchos jóvenes en estado grave. Uno de ellos, no rebasaba los 18 años y no tuvimos ninguna posibilidad de salvarlo; hizo una hemorragia interna y murió en mis manos, hablando conmigo, pidiéndome de favor que no lo dejara morir.
“El Centro de Diagnóstico Integral donde trabajábamos, se reconstruyó con la ayuda cubana y a su apertura asistió el presidente Evo Morales. El primer caso que operamos fue de apendicitis; el paciente tendría unos 12 años y su familia no tenía dinero para trasladarlo hasta la capital y allí no había salón de operaciones. En una decisión de equipo, habilitamos un saloncito, lo descontaminamos, preparamos todo y se operó al muchachito. “Sumarnos a la campaña de vacunación contra la fiebre amarilla fue, también, una batalla campal; logramos vacunar a muchos y vimos morir a un poblado completo porque no quisieron vacunarse, sus creencias religiosas no lo permitían”.
Haití, 2010. Tras el terremoto devastador de siete grados en la escala de Richter, las escenas innarrables de la periodista cubana Leticia Martínez: “Cada imagen impacta. Hoy, en esta ciudad de Puerto Príncipe, hasta andar con un nasobuco es un privilegio; los que no lo tienen untan en sus narices pasta de dientes para no oler a los muertos (…) Sigo en Haití, me dije, mis pies siguen pisando el infierno de este mundo”.
Ante este escenario desolador, se vio Alexis Cepeda, quien junto a la enfermera espirituana María del Carmen Soto, compartió jornadas interminables en uno de los hospitales de campaña armado en plena calle.
“Por aquel salón de operaciones improvisado pasaban 80 y 100 personas al día. La brigada médica que relevamos llevaba tres días consecutivos operando sin descansar. Cirujanos, ortopédicos, anestesiólogos, personal de Enfermería, todos estaban exhaustos de tanto trabajar. María del Carmen y yo empezamos a organizar las historias clínicas porque eran muchas carpas. Hubo momentos en que servíamos lo mismo de camilleros que de instrumentistas”.
Congo, 2016. Un hospital que había permanecido cerrado durante 10 años cobró vida gracias a la brigada médica cubana.
Cuenta el enfermero Alexis que en sus inicios las consultas empezaban a las ocho de la mañana y culminaban a las siete de la noche. La cifra de atenciones superaban las 200 personas en un día.
“Todas las comunas de alrededor que se fueron enterando de la presencia de nosotros allí, iban atenderse”.
ESTAR AL LADO DE LOS ENFERMOS
En 2020, la covid dejó sin lunes al enfermero Alexis; perdió el orden de los días y de las horas. Ya ni siquiera podía sentarse en el viejo sillón de su casa a reposar los pies, luego de 24 horas de guardia. Después que la pandemia vino a desbalancearnos la vida a todos, no quedaban segundos para un pestañazo.
“Lo mío era tratar de salvar a esas personas extremadamente graves, que no podían tan siquiera tener un familiar al lado; la familia éramos nosotros. Dolía verlas morir así, de pronto. Y uno corría, y en lo que preparabas todo para ventilarla, comenzaban a sangrar y se morían”.
Estar en la UCIE, en la zona roja de terapia, en ese momento era como romperse varias veces, confiesa Alexis, quien con 67 años anda componiendo vidas.
“Nunca me voy a adaptar a ver morir a nadie, menos si es un joven o un niño. Hay quienes dicen que yo tengo ese don de dar amor porque hago lo imposible por devolverle la vida a esa persona en estado de gravedad, por acompañarlo, aun cuando el desenlace sea fatal. La muerte duele siempre, nadie la acepta, aunque lidies todos los días contra ella”.
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