En cualquier rincón de este pueblo hay un cuentero o cuentera que con su narración oral dibuja épocas, personajes y personalidades sin tener que recurrir a otra cosa que no sean el recuerdo y su capacidad de expresión
Por: Aramis Fernández Valderas
La narración oral es una de las manifestaciones culturales que más contribuye a la reafirmación de la identidad de un pueblo. De generación en generación van pasando esas piezas inestimables de sabiduría popular, de tradiciones y costumbres que caracterizan a determinado grupo humano y le confieren rasgos inconfundibles.
Pero cuando aparece un artista capaz de plasmar esas muestras de sentido común popular en lengua escrita, sin que pierda por ello su sabor a pueblo, entonces estamos ante un cuento clásico.
He sido testigo desde mi infancia de obras jamás escritas, fijadas en las palabras de cuenteros populares, principalmente del área rural con los cuales las noches se hacían más cortas, los mosquitos picaban menos y los quinqués alumbraban más que una lámpara de neón.
La narración oral, manera recreativa sui géneris de barrios, campos, albergues y otros sitios, constituye una forma literaria revestida de fantasía, creación y gracia, no toda las personas hacen reír o reflexionar de la misma manera con el mismo cuento.
En Cabaiguán como otros lugares a lo largo y ancho de la isla de Cuba existen las narraciones de misterio, de muertos, de aparecidos, las referentes a personalidades de la política, de las razas o del cubano que siempre es el más vivo en esas historias.
Son cuentos de lo que le sucedió a fulano, no a mí, del isleño bruto, que ya no es tan bruto porque cobra euros, de Vilo Caballo, José María el borracho, de los cometencas, en fin de personajes, personalidades, situaciones, existen muchos pepitos y pepito cambia en el decursar de las épocas la picardía.