sábado, noviembre 23El Sonido de la Comunidad
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Los tres sustos más grandes de mi vida

Por: José Miguel Fernández Nápoles

Se había acabado la campaña de alfabetización y tenía enredado en el entrecejo el desconsuelo de no haber podido ir, no porque fuera altruista ni que niño muerto, sino porque a los once años uno ya está buscando querella con la vida, está en esa tontería de creer que estamos saliendo del cascarón. Y te apuntas a un bombardeo encantado de la vida, a ver si sales un poco de abajo de la saya de tu madre sobreprotectora.

Pero empezó un invento llamado superación obrero campesina, para que los alfabetizados alcanzaran el sexto grado y esa aventura, no me la iba a perder por nada del mundo, así que me apunté volando.

Me asignaron un aula en la Cooperativa «La Nueva Cuba» que estaba a unos cinco kilómetros de Santa Lucía y el acuerdo era que yo iba solo y me regresaría a caballo alguno de mis alumnos.

Pero a partir de octubre los días se van acortando y resulta que para llegar a la cooperativa, había que pasar por un puente de piedras sobre una cañada entre muchos árboles.

Ese día, se me hizo un poco tarde y desde que salí de casa, sabía que tendría que atravesar la cañada después de la puesta del sol, así que me acompañaba una flojera en las tripas que me bajaba piernas abajo.

Mira por donde no hice más que llegar a la cañada erizado como un gato y vi que había un hombre tirado justo encima de las piedras que daban paso al otro lado.

Ahí mismo espanté la mula y rompí el récord de cien metros lisos huyendo hacia atrás, pero de pronto me detuve.

¿Y si es algún campesino que se ha caído y necesita ayuda?

Cada paso hacia la cañada de nuevo, era con el ruido de tripas aumentando y una manada de caballos al galope en el pecho, pero milagrosamente el sentido de no dejar allí tirado a alguien y que se muriera, era más fuerte que el miedo.

Poco a poco me fui acercando y comprobé que lo que mis miedos pintaron como un hombre tirado de bruces con su sombrero y todo, no era más que una yagua de una palma que seguramente la corriente había arrastrado.

Los otros dos sustos, los contaré otro día.

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