La sangre joven que se entrega al sacrificio de la Patria, corre aun, ardiente, por nuestra memoria. Y el cuerpo que la ofrece, vive, marcha.
No importa si ha pasado un año, dos, 63. Cada 13 de marzo nos recuerda la agitación del pecho, al revolver apretado por el puño, a la rabia contenida, a las ansias galopantes de justicia, al tropel de una generación contra Palacio, que era más que palacio, madriguera.
Las almas que se arrojan al combate tienen nombre en este día: Directorio Revolucionario, y cuentan la edad de los que pasan con libros, escalando, bajo los brazos abiertos del Alma Máter.
Sus propósitos, descabezar al régimen. No llevan otro plan que el de vencer, ni alternativa diferente a entrar, sorprender, ajusticiar, pasar las armas de la guarnición al pueblo que los seguiría tras el asalto a borrar cuanta lacra sanguinaria se regodeó en la masacre y la tortura. Ese pueblo –no había duda–, se levantaría al tronar la voz del líder joven, en las ondas de Reloj.
Echeverría, en efecto, tronó como un relámpago. Sus palabras, como un himno. La proclama, inconclusa, dejó en el aire el golpe sordo de un segundo sobre el otro, y en palacio huía el tirano, caían en retirada sus hermanos, y él, sabiendo, fue hacia ellos, a morir.
En el aire los segundos, ya sin voces, sin disparos; pero en los pechos de la Isla enardecida, quedó la voz que al combate la llamó: ¡Pueblo de Cuba…!