La Habana, 29 nov. Se leían de vez en vez, pero «caradura» y «descarado» no fueron precisamente los más usados calificativos que en pocas horas inundaron las redes sociales y los comentarios bajo los titulares digitales, o bajo el sol de la parada de los ómnibus.
Puesto en evidencia mediante un reportaje de la televisión nacional, el papelazo del delincuente José Daniel Ferrer –la última marioneta mercenaria empujada por el Gobierno de Estados Unidos a la pasarela de las calumnias mediáticas contra Cuba– ha atizado en la opinión pública una cascada de reacciones que mezclan la burla con la ira, y se expresan en cientos de criterios «cariñosos», demostrativos de que un cubano «encendí’o de rabia» –cuando le agitan el orgullo patrio– tiene algunas palabritas reservadas para la mentira burda de un contrarrevolucionario, comena el diario Granma.
Si el material ya despertaba una repulsa inmediata sobre el individuo, al desenmascarar la calaña curricular de un tipo que instruye encapuchados con armas blancas, propina golpizas espeluznantes a sus propios compinches y secuestra personas, peores sentimientos levantó en su contra el humorístico sketch de autoagredirse tres veces de bruces contra la mesa, a fin de justificar con moretones la acusación del supuesto maltrato policial.
La desfachatez, por supuesto, fue el primer aguijón que punzó la opinión. Con los tonos de quien dice «si me pinchan no echo sangre», continuos comentarios denunciaron la bajeza de personajes tales, lo fácil que se venden por dinero, las evidentes cualidades criminales, y las peligrosas asociaciones en grupúsculos que reproducen patrones terroristas como el de las capuchas y los cuchillos.
Listas grandes de criterios se alinean en remarcar la necesidad de mantener nuestras calles limpias de gente similar, en no permitir libertades a bandidos de esa fibra, que en la proclamada lucha contrarrevolucionaria se confirman como una amenaza a la tranquilidad social.
Juan Alberto apeló al rigor total de la ley para condenar actitudes ilegales al servicio de potencias extranjeras, mientras Lina Rey remedó los sicarios de Batista y ubica al tipo entre aquellos voluntarios que se activarían durante los «tres días para matar» que han pedido en su sueño de derrocar a la Revolución.
Un lector firmado Kchi cuestiona irónicamente el respeto a que aspira la contrarrevolución con líderes sociópatas como Ferrer, a la vez que alguien bajo las señas de Flower llama payasada digna de circo al montaje histriónico del delincuente.
Pero cubanos al fin, ni la molestia profunda desplaza la típica manía de chistar con el ridículo tantas veces visto en guiones parecidos. Así leemos a alguien que lo invita a comer «quimbombó en plato llano», ahora en la mesa de la justicia cubana, o aquel que parodia la vocería disidente pidiendo someter a un tribunal de derechos humanos «al buró de madera llamado Quiñones, por golpear al pobrecito», y hasta el post del melómano que con permiso del español Antonio Molina, solicita reescribir, ahora en masculino, su canción «El bien paga’o».
Sin embargo –porque la memoria cubana en estos asuntos no olvida nunca a los mercenarios–, las opiniones rememoran, una y otra vez, los capítulos ya conocidos de «la huelga del aguacate», en que parientes de un tal Roque fueron sorprendidos pasando por las ventanas comida a los «estoicos», y el del titulado poeta Valladares, que se dejó grabar andando sobre sus piernas, atlético y ligerísimo, rumbo a la escalerilla del avión que lo llevaba a cobrar su largo show de inválido preso. Aunque demorado, el de Ferrer trajo ahora la parte tercera de la saga.
¿Fuera de Cuba? Muy pocas reacciones que leer. Nadie comenta lo que no ve públicamente, y la filmación, al parecer, no gustó mucho a las transnacionales vocingleras encargadas de escandalizar.
¿Habrán rodado algo del videíto? Todo indica que no. Ellos son «exigentes» con el cine, pagan por eso, y aunque fue de premio Óscar la actuación, pobre Ferrer, el pretendido drama de terror le resultó una comedia mediocre.
(Granma)