viernes, noviembre 22El Sonido de la Comunidad

Mi opera prima como «comensal de restaurantes”

Por: José Miguel Fernández Nápoles

Es posible que muchos de los que lean esta historia crean que estoy exagerando, pero no, les aseguro que es rigurosamente cierta:

Yo era guía de pioneros de la escuela 26 de Julio de Santa Lucía, cuando estaba al lado de la casa de Edelma Cuellar, en la calle 2da, justo detrás del patio del círculo social de Santa Lucía. Estoy hablando de hace al menos 60 años atrás, así que si alguien no lo cree, que pregunte a los mayores.

Un Guía era algo así como monitor, ayudante de los maestros para actividades de los pioneros y, como todo lo que he hecho en mi vida, trataba de hacerlo bien. Pues, quien les cuenta que gané una reservación para almorzar en el restaurant del Hotel Cabaiguán.

Ese día casi no dormí y cuando los gallos empezaron con su algarabía a las cuatro de la madrugada, ya quería levantarme a prepararme para tal acontecimiento.

Me puse unos pantalones largos que eran «para salir» y unas medias que había tejido mi mamá y que se guardaban celosamente para un «de repente»

Aunque la reservación era a partir de las 12:30 me fui a Cabaiguán sobre las 10 de la mañana en aquellas máquinas de alquiler, con mucha grasa de pelo untada para no despeinarme y estuve dando vueltas por el paseo un par de horas hasta que llegó el momento.

Por primera vez en mi vida me senté en la mesa de un restaurant y me parecía que estaba en la gloria cuando enseñé las credenciales que me habían dado y el camarero muy amable me invitó a sentarme en una mesa «YO SOLO».

Luego regresó con una cesta de pan y algo en la mano que a mí me pareció una carpeta. Me la cedió amablemente, porque hasta los recién nacidos de hoy en día, saben que se trataba del menú, pero alguien que no había visto en su vida, ni por fotos, como funcionaba un restaurant, no lo sabía, ni tenía idea que era aquello. Y como siempre he sido muy honrado, dije:

-No, eso no es mío.

El camarero tuvo que irse un momento a donde no lo vieran los otros comensales, a reírse a desternillar de buena gana y al poco rato volvió para explicarme que era para que yo eligiera.

La verdad me dio un poco de vergüenza, pero de todas formas aquella vez disfruté mi opera prima como «comensal de restaurantes»

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