Santa Lucía un pueblo de raíz canaria, no escapó a esa costumbre isleña, de que las personas, además de su nombre tuvieran un mote, algunos los aceptan de buena manera, pero otros como Pata de Plancha se enfurecía con simplemente pensar como lo nombraban.
Por: José Miguel Fernández Nápoles
El corazón de Santa Lucía era un cruce de caminos, y lo sigue siendo: El que va para Fomento, Otro para El Guineo y El Pedrero, el lúgubre camino del cementerio y la carretera que viene de Cabaiguán.
Pues allá por la salida hacia el cementerio, frente a donde vivía Ismael Silva, había un puesto de verduras, frutas y hortalizas que era de Nené, así a secas, porque si me matan no puedo decir su nombre porque nunca lo supe. Lo que si sabía era que al hombre le llamaban «Pata de Plancha» por el número que calzaba.
Era un hombre trabajador y buena persona, pero tenía malas pulgas, quiero decir que parece que padecía de estreñimiento porque no se reía ni aunque le hicieran cosquillas. De más está decir que no le arrendaba las ganancias a quien se atreviera a decirle el feo nombrete que la canalla le había puesto.
Pues quien les cuenta que un día mi mamá quería unos tomates y los encarga con mi hermana Inesita. Ella siempre fue una niña nerviosa, dulce y cariñosa con todos, pero se sorprendía con facilidad y se asustaba.
Mi Mamá que conocía a su hija le advirtió que no se le ocurriera llamarle Pata de Plancha, sino que le dijera Nené.
Bastó que le dijeran eso a mi hermana para que ella fuera todo el camino, según me contaba luego ahogada de la risa, repitiéndose a sí misma «no puedo decir Pata de Plancha»
Al llegar le dijo al hombre, con toda la tranquilidad del mundo:
Nené, ¿Hay Pata de Plancha?, carraspeó un poco ante la mirada fulminante del hombre y corrigió: «digo que si hay tomates?» Ese día estuvimos a punto de comer sin ensalada en casa y mi hermanita a punto de tener que echar una buena carrera.
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