Por: Osbel Ramón Díaz Mondeja
Hace pocos días, el 14 de septiembre se cumplieron los 86 años de Crescencio Sánchez Machín a quien por ese nombre nadie lo conoce, pero cuando dices Neno Pino hasta las gallinas del barrio pueden darte su dirección.
El guáyense de nacimiento vino al mundo aquel septiembre de 1934 envuelto entre hojas de plantas medicinales y las décimas como oraciones de cuna. Neno no pudo vencer ni el sexto grado, “eran tiempos que cuando te parían te mandaban para el surco”.
Solo se sentó en el pupitre hasta el cuarto grado como nivel escolar gracias al maestro habanero Adolfo Morales Leal (familiar de Eusebio Leal) quién de vacaciones impartía clases a un grupo de niños en la zona de Cruz de Neiva donde Neno era uno de sus discípulos.
Sin embargo sin ser catedrático titular, si es un universitario de la vida, con doctorado en bondad y amor a la naturaleza. Prueba de ello fue el día de su boda la cual realizó a la sombra de un palmar en la finca La Conchita, zona de Neiva.
Muchas cualidades se pueden argumentar de este padre y bisabuelo, el cual afirma, que la calma además de un arte es una necesidad para tener calidad de vida y una familia decente.
Su patio, es pedazo de tierra bendecida donde cultiva además de frutas, plantas medicinales y viandas, la amistad y solidaridad entre quienes lo visitan. Con más de cuarenta años de su vida como residente de Cabaiguán, hoy disfruta la vejez en la calle Sergio Soto número 32 donde da fe de su paciencia cuando fija sus ojos en un raro animal amaestrado que en