viernes, noviembre 22El Sonido de la Comunidad
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Oda a la juventud de rojo y negro

Con el asalto a los cuarteles Carlos Manuel de Céspedes y Moncada, en Bayamo y Santiago de Cuba, respectivamente, por la juventud de rojo y negro,debutó otro país que en 1959 izaría la bandera de la libertad

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El guáyense Reemberto Abad Alemán se convirtió en héroe aquel 26 de julio.

Por: Alexey Mompeller Lorenzo

Hace 70 años buscaban la luz. Ninguna de aquellas miradas jóvenes desistió de la insurrección que a partir de ese momento dictaría los destinos de Cuba. Una generación fraguada en el centenario del Apóstol tomó las riendas de un amanecer perpetuado por la historia.

Respondían a un líder. Fidel Castro Ruz convocó a la juventud comprometida con su tiempo para juntar y amar por una isla deshecha. La seudorepública ensangrentada no resistía una herida más, ni gobiernos títeres, tampoco la insalubridad, la corrupción ni el terror adueñado de las calles.

El 26 de julio de 1953 fue el día de las acciones pero meses previos tantearon cada detalle del levantamiento. En el oriente del territorio nacional se encontraba la segunda fortaleza militar de mayor importancia. Pólvora y metralla despertaron a los secuaces del régimen tiránico; pólvora y metralla de manos del dictador sembraron el luto entre los revolucionarios.

Con el asalto a los cuarteles Carlos Manuel de Céspedes y Moncada, en Bayamo y Santiago de Cuba, respectivamente, debutó otro país. La fecha signó el impulso de un pueblo conducido por los noveles dispuestos a renacer el ideario de José Martí a un siglo de su alumbramiento.

Mientras la corneta china le ponía movimiento al carnaval en la Ciudad Héroe, en complicidad con la noche avanzaban cubanos de todas las regiones, uno de ellos de estirpe guayense, Reemberto Abad Alemán, para poner contra la pared a los uniformados de Batista y escribir en mayúsculas una Revolución triunfante que amaneció el 1 de enero de 1959.

A aquellos fortines los penetraron de la mano de los sueños de una juventud que exigía el cambio. En casa de quienes asaltaron la mañana de la Santa Ana ni siquiera sabían de un acontecimiento que acaparó titulares. En silencio se despidieron de la familia, robaron besos a la señorita prometida, cerraron los libros y dieron la espalda a la universidad, a las noches bohemias. Entre líneas, desde el Palacio Presidencial, podían leer que al tirano le quedaban años en el poder. Los iluminados por el más universal de los cubanos no cejaron en su empeño de derrocar el sistema. Volvieron del otro lado de esos muros amarillos, cuando en el cuartel ondearon banderas de libertad.Los barbudos trajeron consigo la esperanza prometida y en el verde del traje de guerrilla resaltaba un brazalete rojinegro.

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