Este martes 14 de noviembre, Odeida Peña, nuestra «Soberana del Café» partió hacia la eternidad y hacia cada uno de los corazones de los seres que la quieren y la seguirán queriendo
Por: Lillipsy Bello Cancio
Que si un poquito de azúcar, que si un caldero para cualquier cosa, que si una bandeja que tenemos visita! ¡Ay, caballeros, qué ganas de tomar un buchito de café!… Y ahí estaba ella, aparecía siempre en el momento oportuno. ¡No había ni que llamarla!
La noticia nos sorprendió como el más amargo de los cafés… el que nunca hizo. Ya no la tendremos más entre nosotros. Este martes 14 de noviembre, Odeida Peña, nuestra «Soberana del Café» se mudó a los corazones de cada uno de los de esta emisora…
La tarde de ayer los pasillos de «La Voz de Cabaiguán» enmudecieron. El deber convocaba pero los nudos en la garganta eran fuertes, ¡Casi imposible desatarlos! Claro, que hay quien no tuvo más remedio que crecerse, amarrar el llanto y regalar alegría, aun cuando los deseos apenas alcanzaban para sentarnos en el lobby y en silencio, compartir la tristeza.
Y es entonces cuando uno tiene que preguntarse: ¿cómo es posible que alguien que derrochó tanta alegría nos convoque al llanto más sincero? ¿estaremos quebrantando algún mandamiento si la lloramos un poquito, si la sufrimos, si nos lamentamos por permitir que las obligaciones nos consumieran a tal punto de que no nos dejaran tiempo para ir a verla?
Y es que todos, todos, estoy segura que hubiéramos querido estar a su lado, tomar su mano y ser testigos de su último aliento: Odeida no era una oyente, tampoco una amiga, ni una vecina. Odeida era parte nuestra, miembro de este colectivo, se nos metió en el estudio, en cada oficina de esta planta radial… en nuestras almas.
Lo mismo arrollaba con la conga un primero de mayo en representación del equipo, que se nos sumaba a cualquier “asalto” (como aquel a la casa de Gobierno y del cual las fotos son testigos infalibles), que padecía con nosotros un proceso evaluativo hasta el final.
A Odeida había que contarla cuando se organizaba un viaje a la playa, una fiesta o una gestión para comprar cualquier cosa. Su casa siempre estaba abierta: “¡Entra pa acá!”, era su respuesta cuando nos escuchaba en el umbral y ahí ponía a disposición nuestra lo que necesitáramos, cual madre amorosa, protectora, desprendida.
Y así le correspondimos siempre: “Odeida, ¿qué comiste?, ¿qué haces con ese dinero en la cartera?, no le vayas a dar tu tarjeta a nadie (¡mucho menos el código!), por qué no llamaste para el medicamento ese, ¿qué tú haces en la calle?, te vas a caer”… era nuestra manera de cuidarla, de protegerla del malhechor, de hacerla sentir una parte insustituible de nuestra familia. Sentada en el lobby, con su jarrito en mano tapado con un platico porque de tanto ir y venir el único termo que tenía se rompió, bailando en la cabina, pidiendo una canción o que la felicitaran, haciéndonos reír hasta revolcarnos con los cuentos de su novio de siempre y sus travesuras, goloseando cualquier buen mozo solo para que la disfrutáramos y fuéramos un poquito más felices… así la recordaremos, aunque hoy (hoy nada más) nos permita la tristeza, nos perdone la lágrima, nos apriete el nudo en la garganta y en honor a ella, subamos el volumen al radio, a su radio.
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