Lo sentencia Enrique Ojito Linares, un periodista que ha llegado a la cima a pie, por trillos, abriendo trochas, sin temer a las caídas. Acaba de recibir el Premio Nacional de Periodismo José Martí por su extraordinaria obra, pero ni por asomo se cree una estrella
Debo confesarlo. El día que lo conocí no había leído una sola línea suya, ni había escuchado un estelar noticiero urdido por su instinto. A mí solo me conquistó aquella sonrisa sincera y su alegría en una noche en que, como tantas veces, era la figura de la fiesta. Pero, igual que tantas otras, no se lo creía. Solo bailaba y conversaba animadamente con sus colegas, mientras todos admiraban al ganador del Gran Premio en el Concurso Periodístico Primero de Mayo. Corría el año 1997. Yo solo me estrenaba en el oficio; él ya lo había conquistado.
Muchos años después la casualidad me llevaría a la casa grande de Escambray, donde he tenido la dicha de editar sus materiales por más de 15 años. He de confesar además que siempre termino alucinada, que me emociono, lloro… Y luego me sonroja cuando agradece una coma o se disculpa por una letra de más.
Imagínense la encrucijada ante la que me han puesto ahora: entrevistar a este pequeño hombre inmenso, acabado de merecer el Premio Nacional de Periodismo José Martí, inspirador de las crónicas más hermosas que haya visto últimamente. Mas les digo —debe ser mi última confesión—: me hice la difícil, pero moría de ganas de intentarlo.
DE LA SIERPE AL MUNDO
Como todo gran intelectual, tuvo su Macondo. También, una gran familia. Del padre evoca la pasión por la lectura, aquel librero repleto de obras salidas de quién sabe dónde. De la madre, la entrega sin límites.
En el camino hacia la sabiduría, llegaron manos diligentes de maestros como Argilio Meneses en su escuelita rural o Marilyn Helguera, profesora de Español y Literatura en la vocacional Che Guevara, que le revelaron los misterios de las letras. En el azar de la vocación, un chino delante, Arturo Chang, despertándole la pasión por la noticia en su niñez campesina.
Se llevó el gato al agua, dice, cuando ganó la carrera de Periodismo y el teatro de la escuela se vino abajo. No sabía a ciencia cierta qué le deparaba aquella decisión, pero al menos algo tenía claro: “Nunca me imaginé ni físico nuclear ni cibernético”.
Pasados cinco años, aterrizaría desde la Universidad de Oriente en la puerta del periódico provincial de Sancti Spíritus. Traía un montón de sueños en la agenda.
“En septiembre de 1988 llegué a Escambray con ganas de comerme el mundo, como casi todo recién graduado, con proyectos de varias entrevistas de personalidad bajo la manga —refiere con la emoción encendiéndole los ojos—. Enseguida aprendí que a la cima de la montaña no se arriba en paracaídas, por veredas, ni de hoy para mañana. A la cima se llega a pie, por trillos, abriendo trochas, sin temer a las caídas. O sea, no tardé en comprender que la leña verde no hace fuego. Al poco tiempo bajé de la nube y empecé a caminar con la ayuda de mis colegas; claro, sin dejar de soñar”.
Y así, paso por paso; día tras día, Ojito se fue convirtiendo en un tronco de periodista, dispuesto a escribir lo mismo de zafra que de poesía, capaz de saltar cualquier barrera para indagar hasta el cansancio y llegar a la verdad, sabio para buscar las maneras de convencer a través de los argumentos de la razón. Con sus medios, un solo fin: llegar a lo más hondo, sin dejarse deslumbrar por la frescura de las ramas. “Ese camino ha sido bastante pedregoso; a la raíz se llega con el auxilio de la investigación, que es el gen, la matriz del periodismo de pura raza. He tratado de no ser rehén del periodismo impresionista. No arriesgo la palabra por lo que supongo o creo a priori”.
¿Las fuentes siempre te han abierto las puertas porque sí o has tenido que buscar variantes para obtener la información?
Ninguna fuente periodística te abre las puertas de par en par para que uno entre a hurgar en sus problemas, en sus dolencias y descontroles administrativos. Ahora mismo, me viene a la cabeza el reportaje “Hoja de ruta de un desfalco”, centrado en la malversación de más de 3 millones de pesos a la cuenta bancaria de la Empresa de Cultivos Varios Banao, que involucró a 12 ciudadanos de Sancti Spíritus, Villa Clara y La Habana. Más de un obstáculo encontré en la Empresa de Camiones durante la investigación; gracias a la persistencia del periódico y la mía, accedimos a la información.
No es menos cierto, además, que para el tratamiento de determinados hechos de corrupción administrativa y delitos económicos Escambray ha construido alianzas con la Fiscalía, el Tribunal y la Contraloría, las cuales han comprendido la intención editorial: más que presentar los hechos, ponemos lupa en las condicionantes que los generaron, siempre alejados del periodismo amarillista.
Chiquitico así como eres, ¿de dónde sacas co… raje para enfrentarte a temas desafiantes, corruptos solapados, muros aparentemente inalcanzables?
Saco co… raje del compromiso del periodista con la verdad; he puesto mi palabra al servicio de Cuba. Es cuestionable que escondamos la cabeza como el avestruz ante realidades que le duelen al espirituano, al cubano. Al menos me ha animado el propósito de no abordarlas desde la posición del clásico francotirador; aunque algunos funcionarios consideren lo contrario.
DE LA LETRA IMPRESA AL SONIDO; DE LA CALLE A LAS AULAS
Tal vez por casualidad, Enrique Ojito conoció la Radio y se rindió ante sus encantos en poco tiempo, sin olvidar jamás el deslumbramiento ante la página abierta a su pluma virtuosa. Ni en un plano, ni en el otro. El destino unió dos pasiones en un mismo hombre; él, sabio al fin, fue capaz de conquistarlas y se quedó con las dos.
“Pueden matrimoniarse sin mayores conflictos —asegura—; la esencia radica en dominar sus respectivos lenguajes. Me siento a gusto en ambos medios. Tuve mi iniciación en concursos en la emisora serrana Radio 8SF, Segundo Frente, donde se respiraba ambiente de creación, liderado por Eddy Gamboa y Jorge García. Con ellos confirmé que el discurso radiofónico posee una enorme capacidad dramático-expresiva, evidente desde aquella antológica versión de Orson Welles de La guerra de los mundos, de H. G. Wells. De la prensa escrita, disfruto esa memoria que queda por largo tiempo; esa posibilidad de reencontrarse con los lectores”.
Con los años —porque vive convencido de que esas infidelidades no le hacen daño a nadie— se “correría” otra vez para armarse de teorías y autores; de ejemplos y contradicciones en medio de un grupo de estudiantes universitarios. Él afirma —y yo le creo— que les descubre los secretos y no pretende ni por asomo guardar la fórmula mágica de su éxito en un cofre con llave.
“No les escondo la bola a mis alumnos; sería egoísmo profesional. Suelo recordarles la máxima de Tagore de que no pueden cruzar el mar simplemente estando de pie y mirando el agua. Si quieren construir una historia desde la A hasta la Z, si quieren salir airosos en una investigación, tienen que empaparse. Para hacer periodismo hay que mojarse hasta el cuello si es necesario, sin temor a naufragar”.
DE LA HUMILDAD A LA GLORIA
Acostumbrado a la rutina de hacer un periodismo de altura desde el más sencillo puesto entre los reporteros de Escambray, este hombre menudo deslumbra a cualquier jurado. Más de 300 premios provinciales y nacionales acumula en su ejercicio de la prensa. Pero solo se debe a su más exigente censor: el público. A él se ha entregado en alma y cuerpo. Al periodismo le ha consagrado la existencia, a riesgo de su propia salud; a cambio de algunas gratitudes y muchos sinsabores.
“Diría mejor: a cambio de muchas gratitudes y de muchos sinsabores —me rectifica—. Es cierto que la retinosis pigmentaria me declaró un duelo desigual; pero no me ha arrinconado. Por fortuna, cuento con el apoyo de mis colegas de Escambray y, en lo fundamental, de Arelys, mi compañera, quien ha postergado varios de sus proyectos editoriales para que yo emprenda los míos; ella ha sido mi luz.
“Ni por un segundo me arrepiento de haber apostado por el Periodismo, y lo ejemplifico. A escasos días de publicado el artículo ‘En duelo con la muerte’, enfocado en el suicidio, me llamaron por teléfono dos lectores: un anciano de Iguará, que me invitó a su casa para conocer la encrucijada en que vivía, y una mujer de Trinidad, cuyo padre manifestaba una conducta suicida. Si puse a pensar a aquella hija, si contribuí a salvar a su padre, ¿cómo me voy a arrepentir de la profesión?”.
Por esa pasión impenitente, por ese gran amor correspondido, llegó como recompensa el Premio Nacional de Periodismo José Martí a la obra de su vida. “La noticia solo la comparo con el nacimiento de mis hijos. Ante todo, pensé en mi papá, el hombre que me enseñó que las ideas no se injertan, sino que se siembran; pensé en mi mamá, una mujer que costeó mis gastos universitarios en Santiago de Cuba con su salario de auxiliar de limpieza. Pensé, también, en mi gente de Escambray, donde me curtí como periodista”.
¿De verdad, de verdad, no te sientes estrella, ni siquiera fugaz?
“Ni fugaz ni permanente. Estrella es José Martí, que continúa iluminándonos con una obra periodística notable; estrella es Pablo de la Torriente Brau, quien murió en España, pluma en ristre y rifle al hombro, como dijo Roa. ¿Yo?, yo no he hecho nada extraordinario.
“Eso sí, luego de este premio, sigo siendo el mismo guajiro de La Sierpe, que nació prácticamente en medio de un naranjal en Bacuino, casi al borde de un arroyo y que, dichosamente, jugó todas sus cartas por el periodismo”.
Este sería un final perfecto. Pero lo echaré a perder. Aún debo confesarles algo más. Cuando Ojito respondió mi cuestionario no me atrevía a quitar ni poner una palabra. Podía dejarles todo el espacio a sus respuestas exactas, perfectas. Disculpen por robarles el privilegio de disfrutarlo solo a él; debía ganarme el derecho a poner mi nombre humildemente, al menos, debajo del suyo.