El pueblo merece un espectáculo a la altura de una tradición camino a su siglo de esplendor en Guayos, aun cuando ciertos descontentos opacan su linaje
Por: Alexey Mompeller Lorenzo
Prendidos los puros, aunque con capas menos selectas que las de un legítimo Habano, preservan su elegancia. En ese minuto los fumadores de experiencia e improvisados desconocen el aroma de la hoja. Solo atinan a encender el tabaco para que la mecha de los voladores arda. Bastan segundos para que se respire pólvora y las explosiones le añadan colores a la noche.
Durante casi un siglo, este ha sido parte del ritual de lomeros y cantarraneros a cargo de avivar el fuego. Acaso esa suerte de ceremonia, cargada de peligro y adrenalina, es uno de las tantos legados que en 24 horas dan fe de una confraternización cultural museable.
La parranda guayense presume de su elegancia. Desde 1925 movilizan a practicantes-portadores vestidos de rojo y verde. El acontecimiento de pueblo atrae a comunidades cercanas, salvaguardas de una tradición resentida por las crisis económicas que en Cuba, como en otros contextos, van y vienen.
Chivos y sapos tampoco escapan a un 2024 donde los huracanes no dan tregua. Las limitaciones llegan hasta el cuello; mas no asfixian. Con un panorama electroenergético gris y carencias financieras, la parranda va este 23 de noviembre; si bien los 3 millones de pesos divididos a parte iguales para los respectivos bandos, siquiera abanican los gastos, cuando el precio de las puntillas siente el garrotazo de la inflación.
A las puertas del centenario de una festividad, orgullosamente patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, pasarla por alto costaría ofensas a la cultura popular tradicional. Irrespetos constan desde el mismo instante en que, aunque de manera consensuada por ambos barrios, decidió postergarse el jolgorio pactado en un primer momento para la segunda jornada del mes corriente.
Mucho se ha debatido sobre lo que representa incumplir con el aplazamiento de la fecha de la parranda. Sin lapidarse tal traspié, la morosidad en los trabajos y un etcétera de controversias a lo interno, para 2025 aguardarán las mismas incertidumbres.
Exprimir al máximo la contribución territorial al presupuesto local ha sido la tabla de salvación para el convite de sendos imperios, regidos por Bulet y Doña Pomposa. Otra vuelta al calendario, los propios protagonistas que invierten sus días y noches para lustrar sobremanera el suceso, deberán poner en práctica alternativas que viabilicen la autogestión de la parranda guayense.
Si en otros poblados fructificaron proyectos de desarrollo local para respaldar parte de los fondos monetarios que puedan cubrir los diseños de vestuario y la ornamentación de las carrozas; estrategias que permitan asegurar lo mínimo de una amplia logística en tiempos que hasta la sonrisa se subasta: ¿qué detiene a Guayos, que en décadas pasada sacó a flote el festejo por la inventiva de los comerciantes y sus barrios? Esa decisión define la esencia de la parranda. Con luz larga han de ambicionarse cambios. La identidad está en juego.
Imperdonable sería continuar dejando para mañana lo que puede hacerse hoy. Ello implica planificar cada detalle apenas se estrene el almanaque. Organismos y entidades del municipio tienen su cuota de participación para sortear torceduras en el último minuto de tensión. El acompañamiento de palabra y acción evitaría carreras inoportunas.
En este proceso de meses, ajeno a favoritismos, las carrozas podrán carecer de metros de altura y brillar con luces de menos. Que los efectos pirotécnicos parezcan diminutos para algunos acostumbrados al derroche de fuegos artificiales en épocas remotas se perdona.
Pero la típica rivalidad entre La Loma y Cantarrana, esa pólvora carente de explosivos que hace del festejo un hermanamiento, tiene a bien no desbordarse de sus límites. Contener la pasión desmedida en las redes sociales digitales, espacio donde la parranda recibe ultrajes, caldea los ánimos y hiere sensibilidades en cada punto de esa frontera imaginaria.
Guayos merece un espectáculo a la altura de una parranda camino a su siglo de esplendor, aun cuando ciertos descontentos opacan su linaje. Leonardo Valdivia García, lomero de cuna y Premio Memoria Viva 2024 en la categoría de personalidad, se alista para ondear la bandera de la tradición que agita hace más de tres décadas de enero a diciembre. “No podemos fomentar el odio en una tradición, convertida en una guerra campal, y no puede ser. Distinguimos entre la comunidades portadoras más importantes de nuestro país”. La parranda guayense bien vale una misa.
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