La garganta de la mayor industria cabaiguanense dio la señal aunque en las redes sociales ya había pitado la iniciativa. No fue un simulacro típico de un día de Meteoro, mucho menos invitaron a los bomberos y el 2020 es joven para hablar de indicadores cumplidos.
Alto y claro tronó la sirena de la Refinería de Petróleo “Sergio Soto”. Hasta el 30 de abril así sonará la sinfonía de aplausos justo en el minuto del cañonazo como mismo vibra en el alba, avisa a la hora del almuerzo o en la tarde para despedir a su colectivo.
Una alarma nocturna que retumbó en Italia, Santa Lucía, Nicaragua o en los hospitales y centros de aislamiento donde en ese minuto el personal de salud cubano andaba irreconocible con un traje que lo cubre de pies a cabeza, el escudo para protegerse de la COVID-19 pero que parece invisible para quienes ahora respiran más tranquilo porque Cuba los salva.
Las palmas de las manos ardieron. No importó. Los aplausos subieron de tono y el eco retumbó en los balcones de La Filial, despertó al desolado Paseo y se impulsó en el campanario de la parroquia Nuestra Señora del Carmen para llegar con fuerza a El Jobo.
Cualquiera con oído musical se inspira en la melodía que pudiera llamarse gratitud, valentía, solidaridad. Cabaiguán también palpita a las 9 pasado meridiano mientras dan la orden a los capitalinos para retribuir a los guerreros que destronan al virus con corona.
Ni Omara Portuondo, Chucho Valdés o la mismísima Madonna han tenido tanto público; mas a los héroes y heroínas de blanco que hacen lo imposible para que los nasobucos queden en el recuerdo les sobra una multitud de agradecidos. El escenario mide kilómetros; el tramo va de una punta a otra de la isla; incluso, en Europa estallan los aplausos para ahuyentar la pandemia.
Portales convertidos en gradas y ningún vecino se molestó por las ovaciones acompañadas de silbidos que superaron los decibeles permisibles. Más alto decían algunos que probaron la potencia de sus cuerdas vocales antes entrenadas para llamar al panadero o sonar un gol infinito.
Hubo quien veló al reloj para no retrasarse ni un segundo a la hora cero de la aclamación, tampoco faltaron las que corrieron desde la cocina para musicalizar la noche con palmadas y en bata de casa protagonizaron la alabanza.
Aplausos de fe que animaron a la familia de Lenin Oriol Martínez Calero y de Antonio Tejeda Mesa, dos de los nuestros que hacen historia en la Brigada Médica Cubana Henry Reeve; un pitazo que volverá a escucharse por la vida.