El terremoto de magnitud 7,8 del pasado lunes ha sido uno de los más devastadores y mortíferos de la historia de Turquía y del mundo. La actividad sísmica ha dejado en el país un saldo provisional de casi 30.000 muertos y más de 80.000 heridos, además de una enorme destrucción e irreparables y profundos daños materiales.
El potente movimiento telúrico estuvo seguido de varias réplicas y también se sintió en Siria, donde 1.387 personas murieron y 2.326 quedaron lesionadas.
En este contexto, ¿por qué los sismos resultaron tan catastróficos?
El sureste de Turquía y el noroeste de Siria se ubican sobre la unión de tres enormes placas tectónicas (la arábiga, la africana y la de Anatolia). Esa complejidad genera deformaciones que se manifiestan en fallas geológicas activas como la de Anatolia. En concreto, lo sucedido el lunes fue resultado de un desplazamiento de la plata tectónica arábiga con respecto a la de Anatolia, que se calcula que fue de alrededor de 3 o 4 metros.
Este tipo de desplazamiento de la falla de Anatolia fue del tipo transcurrente (‘strike-slip’) y fue un factor clave en el poder destructivo. En este caso, una parte de la falla se mueve con respecto a la otra. Cuando la fuerza de fricción excede a la resistencia, la tensión acumulada, que puede ser de siglos, libera energía en forma de ondas sísmicas.
Dado que la profundidad del evento sísmico en este caso (18 kilómetros) se cataloga como superficial, las ondas sísmicas recorrieron una menor distancia hasta alcanzar la superficie y la energía en su interior no alcanzó a disiparse. Como resultado, la agitación en la zona fue extrema y los movimientos horizontales del suelo tuvieron un efecto implacable sobre las casas, edificios y demás construcciones.
El tipo de sedimento del terreno también fue decisivo. De acuerdo con el Servicio Geológico de EE.UU. (USGS), el suelo de la ciudad de Nurdagi, ubicada cerca del epicentro del terremoto, está compuesto en su mayoría por sedimentos blandos y estaba lo suficientemente húmedo como para sufrir licuefacción, como se denomina a la pérdida de resistencia de los suelos.
Las violentas convulsiones del sismo provocaron que estos se comportaran más como un líquido que como un sólido. La licuefacción puede hacer que los edificios se inclinen y causar importantes daños a la infraestructura, explica el USGS.
Otro factor a tener en cuenta es la sismoresistencia de las construcciones. Se estima que la mayoría de edificios destruidos no cumplían con los requisitos que garantizan su resistencia a los movimientos telúricos. En este sentido, el Ministerio de Justicia de Turquía ya investiga a más de un centenar de personas por su posible responsabilidad en los derrumbes.
David Wald, científico del USGS, asegura que, desde hace mucho tiempo, los edificios de la región «no fueron diseñados para resistir terremotos» y que algunos «son particularmente vulnerables».
«El área afectada por este terremoto incluía edificios más vulnerables, como tipos más antiguos de marcos de hormigón que no fueron diseñados a partir de consideraciones sísmicas para absorber tanto movimiento del suelo», añade su colega Kishor Jaiswal. (Fuente RT)
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