La innovación, la constante inquietud creadora y solucionadora de los más difíciles problemas y un altísimo sentido de pertenencia y del deber ha caracterizado desde siempre el colectivo de la Refinería “Segio Soto” de Cabaiguán.
Por: Lillipsy Bello Cancio
Y es que más allá de esa “macondiana” historia que la ubica aquí desde el lejano el 20 de diciembre de 1947, con el nombre de Refinería RECA, y que ubica sus orígenes un tiempo atrás, cuando por la zona conocida como Jarahueca, una pequeña compañía hizo sus primeras exploraciones y extrajo crudo y tuvo que trasladarlo de diferentes formas (incluso en carretas tiradas por bueyes).
La historia cuenta que más tarde se construyó un pequeño oleoducto, y que después, debido a los problemas existentes con el transporte del crudo hacia La Habana, se realizó la instalación de un alambique con el propósito de destilarlo allí mismo. Ya en 1945 los alambiques no eran suficientes para la cantidad de crudo extraído y se sustituyeron por una pequeña Refinería de Destilación Atmosférica alcanzando la capacidad suficiente para procesar la producción del momento.
¿Quién podía imaginar entonces que, casi 75 años después, aquella construcción permanecería en pie, que le nacerían nuevos sistemas de destilación atmosférica, que se le incorporaría una planta de aceites básicos, que devendría principal productor del líquido asfáltico para pavimentar el área de expansión económica más importante de Cuba ahora mismo: la Zona de Desarrollo Mariel?
Y es que, imponerse a las limitaciones financieras que atraviesa el país, acentuadas por el recrudecimiento del bloqueo, ha sido desde siempre premisa determinante para los de la Refinería de Petróleo Sergio Soto, enclavada aquí, en Cabaiguán… ¿la fórmula? Es cierto que ha resultado poco común, pero indiscutiblemente muy efectiva: acudir al ingenio colectivo para diversificar sus producciones.
“De esa apuesta a no quedarse de brazos cruzados han comenzado a fabricarse aquí noveles productos como los asfaltos diluidos —nunca antes producidos en la planta espirituana—, de ahí que, en conjunto con el Centro de Investigaciones del Petróleo, se hiciera el asfalto frío RC-2 utilizado para las labores de bacheo que se acometen en las carreteras de toda la isla”, publicaba hace unos día el periódico ESCAMBRAY… y hay que reconocer que hasta los que no somos especialistas ni muy entendidos en estas materias tecnológicas, sentimos orgullo de nuestros petroleros, de nuestra gente, de esos con los que chocamos diariamente y a los que no somos capaces de apreciar en su justa medida el valor de sus aportes.
Los mismos que han logrado, con el crudo extraído en los yacimientos de Pina, Majagua y Jatibonico, que usualmente se utiliza en la fabricación de los aceites eléctricos para los transformadores hasta 13.5 kV, un aceite (ahora mismo en fase de prueba) para aplicarlo en los de 33 kV.
Los que han protagonizado cada modificación tecnológica acometida, los que aun cuando han existido limitaciones han logrado, aumentar la refinación a partir de la producción de los yacimientos espirituanos y de esa forma brindar una inyección de diésel a la provincia con la producción de la planta cabaiguanense, los que han cargado el aceite en paila ante la escasez de presupuesto para reparar los bidones y los creadores de un cargadero en pos de facilitar la comercialización.
Resultan insuficientes un puñado de minutos de radio para enaltecer a estos hombres y mujeres, formadores de una identidad, que ha incorporado familias enteras a un quehacer para no pocos anacrónico en una tierra de tabaqueros reconocidos, “canariedad” enraizada y un amor por la tierra casi desmedido y unánime: el permanente trabajo con la historia de la industria ha jugado sin lugar a dudas un papel fundamental pero en medio de todo eso, determina en el resultado final esa tradición laboriosa, emprendedora y constante que nos legaron nuestros antepasados y hacen que de generación en generación prevalezca el orgullo de contar con una industria como la Sergio Soto, gente tan valiosa como nuestros petroleros y una manía empedernida de conservarla, de distinguirlos.
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