El claxon de la moto, ya no se escuchará más en la cuadra cuando llegaba frente a la casa de sus tres hijos mayores para cumplir sus deberes como padre, la presencia era habitual, tampoco sucederá una cuadra más arriba en la calle 5ta donde sus dos ancianos padres llevaban una pacífica vida a la que el colaboraba, la COVID-19 lo arruinó todo
Por: Aramis Fernández Valderas
En tu casa en la otra parte del pueblo, en el reparto canario o sus cercanías, tu esposa Viviana, ni tu hijo más pequeño tienen consuelo, como desear que tus sus descendientes, amistades y conocidos lo tengan, si quien dice adiós era uno de esos guajiros traqueteados que vestía con camisa de nobleza, calzaba bien los pantalones y sabía amarrarse las botas para no resbalar en ningún fanguero.
Sin miedo a las tareas más duras, para tus amigos todo un Bacán por ser tan bondadoso y saber compartir lo que tenías y lo que no, quien acudía a ti, aunque fuera una sonrisa se llevaba y alguna palabra de fe también le iba haciendo compañía.
No fui de tus cercanos, pero en los diálogos esporádicos, en los saludos espontáneos, en el mirarte cargado el motor como si fuera un camión con alimentos para los tuyos, solo con eso se podía aquilatar tu grandeza heredada de tus viejitos que hoy no paran de sufrir y seguro también llevarán como sellos tus hijas y tus hijos.
Lleva en la eternidad el reconocimiento de tu pueblo, de los laboriosos campesinos de Cabaiguán para quienes tu apellido Curbelo es sinónimo de dignidad y lleva también a la gloria, este fragmento del poema Inmortalidad, que escribiera tu lejano pariente José María Heredia.
Cuando en el éter fúlgido y sereno
Arden los astros por la noche umbría,
El pecho de feliz melancolía
Y confuso pavor siéntese lleno.
¡Ay! ¡así girarán cuando en el seno
Duerma yo inmóvil de la tumba fría!…
Entre el orgullo y la flaqueza mía
Con ansia inútil suspirando peno.