Escambray trae a sus páginas la azarosa vida del general de brigada de la reserva Miguel Rigoberto Sancho Valladares
Con la misma serenidad que emana el humo de su tabaco y entre sorbos del café matutino que ingiere en la jícara de güira que conserva desde los años de la guerra, el general de brigada de la reserva Miguel Rigoberto Sancho Valladares rememora a Escambray, en la sala de su hogar en la ciudad de Cabaiguán, su azarosa vida de revolucionario.
“Tenía motivos suficientes para incorporarme desde muy joven a la lucha contra la tiranía de Fulgencio Batista, porque la situación económica y social era insoportable en aquellos tiempos.
“Siendo un niño tuve que trabajar duro en la agricultura para ayudar a mi padre a mantener a sus seis hijos en la localidad de Cruces, en la actual provincia de Cienfuegos. Solo comíamos arroz los domingos, los demás días nos alimentábamos con harina, boniato, azúcar y leche”.
Las circunstancias de entonces obligaron a la familia a trasladarse a otros parajes en busca de mejoras; y fue así como se asentó en el territorio cabaiguanense allá por la década del 40 del pasado siglo.
Al concluir los estudios de sexto grado, Sancho, como todos lo conocen, ingresa en la recién inaugurada Escuela Primaria Superior; a la cual asistía por las tardes porque en las mañanas se desempeñaba como aprendiz de tabaquería para seguir contribuyendo al sustento familiar.
“En ese centro educacional tuve mi primer encontronazo por mi espíritu rebelde. Fue con una profesora que defendía la supuesta democracia en Estados Unidos; y yo que había leído a Martí le dije que no estaba de acuerdo con ella, y eso me costó que me llevara a la dirección de la escuela; por suerte, la directora me dio la razón”.
La conducta de aquel adolescente le facilitó ser elegido presidente de la Asociación de Alumnos, desde cuyo cargo desarrolló varias iniciativas, como la de seleccionar a varios de sus compañeros para hablar de héroes mambises en los actos cívicos semanales que se hacían en el plantel estudiantil.
LUCHA CLANDESTINA
A pesar de sus 89 años de edad y de haber sufrido un accidente cerebrovascular, además de un infarto cardíaco, narra con impresionante lucidez la participación en la lucha clandestina y la guerra de liberación.
“Cuando Quintín Pino Machado asume la jefatura de las brigadas juveniles del 26 de Julio en la provincia de Las Villas me propone el ingreso a este movimiento, lo cual acepté inmediatamente, por lo que empecé a desarrollar acciones clandestinas en el área urbana”.
Durante la llamada huelga azucarera de 1955, el joven Sancho tiró botellas incendiadas a la calle, y a raíz del desembarco de los expedicionarios del Granma, en diciembre de 1956, participó en actos de sabotaje para distraer a las tropas del ejército en el centro de Cuba y evitar así que pudieran dirigirse a la zona oriental en apoyo a la soldadesca que combatía al incipiente Ejército Rebelde.
En su condición de jefe de acción y sabotaje del 26 en Cabaiguán, el 31 de diciembre de 1956 le manifestó al presidente de la Colonia Española que no podía haber fiesta de fin de año porque Cuba había perdido a varios de sus hijos a raíz del desembarco del Granma y el momento no era de fiestas.
“El presidente del centro recreativo me dijo que ya estaban vendidas las reservaciones y le era imposible suspender la festividad; acepté y le expresé que, al día siguiente, no debía hacerse el bailable que tradicionalmente se efectuaba desde las 2 de la tarde hasta las 12 de la noche.
“Tenía preparado un cartucho de dinamita que conseguí días antes y le di la orden a un compañero de ponerlo si se hacía la fiesta, como así fue, en un lugar que no ocasionara heridos ni muertos”.
Con una pícara sonrisa a flor de labios recuerda: “La estampida fue tan grande que la corneta de uno de los músicos cayó en medio del salón”.
Detenido el primero de enero de 1957, Sancho fue trasladado luego a Santa Clara; y después del juicio que le hicieron el 8 de enero lo envían al Castillo de El Príncipe, en La Habana y de ahí al Presidio Modelo en Isla de Pinos, donde sufrió torturas y vejámenes.
Dentro de este último penal continuó desarrollando acciones clandestinas a favor de la libertad de Cuba junto a Jesús Montané Oropesa y Aldo Santamaría Cuadrado, entre otros destacados combatientes revolucionarios, hasta cumplir la sanción de un año de cárcel.
“Mi conducta rebelde no cesó y por ello fui perseguido y buscado constantemente por la policía, hasta que por decisión del Movimiento 26 de Julio de Las Villas me alcé en las montañas orientales.
“Fui a dar al Segundo Frente Oriental, cuyo jefe (el Comandante Raúl Castro) me preguntó por qué razón había ido hasta allá habiendo tantas montañas en la zona de Las Villas y le respondí que fue una decisión del Movimiento en Santa Clara, y con su característica jocosidad me dijo: ‘A partir de hoy te llamarás Santa Clara’”.
En unos 15 combates intervino el devenido guerrillero, entre los que se destacan los de Alto Songo, La Maya, San Luis, Cueto y Sagua de Tánamo. Su arrojo en varias batallas permitió que resultara jefe del denominado pelotón Tropa Móvil de Choque con el grado de primer teniente, como parte de la columna 17 Abel Santamaría, bajo el mando del comandante Antonio Enrique Lussón Batlle.
Al triunfar la Revolución el primero de enero de 1959, Sancho fue seleccionado por Lussón Batlle para integrar el grupo de combatientes de esa columna encargado, a propuesta del Comandante Raúl Castro, de velar por la protección del Comandante en Jefe Fidel Castro durante su trayectoria desde Oriente hasta la capital del país.
“Formé parte de la denominada Caravana de la Victoria, o Caravana de La Libertad, y hubo un momento en que pedí permiso para adelantarme a esta para visitar a mi familia porque mi hermano Noel había muerto unos días antes en la toma y liberación de Cabaiguán, y al pasar la tropa rebelde por aquí me reincorporé a la caravana”.
DESEMPEÑO EN LAS FAR Y EL MININT
Después de la victoria de enero de 1959, a Sancho Valladares se le asignan numerosas tareas y va transitando en grados desde primer teniente hasta llegar a general de brigada.
Sin ningún atisbo de ostentación y con humildad, refiere que ha tenido muchas ocupaciones como cualquier revolucionario:
“Asumí el servicio de inteligencia militar en el Ejército Oriental, después estuve en diferentes cargos, entre ellos el de segundo jefe de la Dirección de Contrainteligencia Militar del Ministerio de las Fuerzas Armadas, jefe de este órgano en la provincia de La Habana; y a raíz del proceso judicial citado como Causa No. 1 de 1989 pasé al Ministerio del Interior (Minint), organismo en el que desempeñé la responsabilidad de delegado en la antigua provincia de La Habana”.
En razón de sus cargos tuvo relaciones personales con el General de Ejército Raúl Castro, al que considera el lugarteniente de la Revolución y por quien siente profundo respeto y cariño.
Su hoja de servicios en las instituciones armadas recoge misiones de trabajo en Vietnam, Yemen del Sur, Nicaragua, Guinea Bissau y Etiopía.
Guarda sin jactancia, pero con sano orgullo, varias condecoraciones y distinciones como las de Servicio Distinguido de las FAR y el Minint, Combatiente Internacionalista y el sello conmemorativo Veterano de la Guerra de Vietnam.
Actualmente descansa en su hogar al amparo de su hija Ana María Sancho Carón y de la capitana Lourdes Carón Vidaña, jefa de la Oficina de Trámites del Minint en Cabaiguán, quien lo cuida con esmero y amor. Según él, ella es, además de su compañera en la vida, su mejor enfermera, y quien está al tanto de todo lo que rodea a este veterano de la guerra de liberación en la última etapa insurreccional cubana
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