Por: Daisy Pilar Martín Ciriano.
Tal vez por su pequeña estatura y por el color oscuro de su piel, muchos no conocieran del actuar combativo que llevó Santiago Hernández Echemendía.
La humildad y el hambre lo acosaron desde pequeño, cuando en el Gorgojo trabajaba sin descanso siendo un niño aún, para ganar unos cuantos centavos. Por esa razón comprendió tempranamente la necesidad de luchar contra la explotación y se incorporó a la célula del 26 que dirigía el isleño Mateo Correa, donde desempeñó numerosas tareas en la zona de Fomento, Cariblanca y La Redonda hasta que llegó el Che al Escambray. Con apenas 19 años, aunque sin siquiera un fusil, se incorporó la Columna como cocinero.
Después del triunfo revolucionario integró al Regimiento “Leoncio Vidal” y al constituirse los grupos de milicianos para limpiar al Escambray de bandidos, desde allí también defendió a su pueblo contra los mercenarios que quisieron penetrar por Girón.
Tal vez por esa inquietud física le vino bien el mote de Jiribilla en el Escambray, el cual cambió poco después al marchar al Congo Belga para dar cumplimiento a una secreta misión junto a otros cubanos bajo las órdenes del Che y de Risquet.
De regreso en su país se entregó por entero a la construcción. Sus manos hechas para el trabajo creador, laboraron en la construcción de la presa Lebrije, la ocho vías de Sancti Spíritus y algunos edificios del plan Pastorita en Cabaiguán. Fueron muchas las labores que realizó y muchos los rincones que hoy cargan con el sello de sus manos, pues se mantuvo siempre activo hasta su jubilación.
Hoy, se marcha de entre nosotros y lo hace en silencio, como si no quisiera que se percataran de su partida. No obstante, con esta crónica la Asociación de Combatientes y el pueblo que lo adoptó como Hijo, le dicen adiós y le acompañan hasta la Necrópolis Municipal donde será sepultado en el Panteón de los Combatientes de la Revolución Cubana.