sábado, noviembre 23El Sonido de la Comunidad

Sencillamente, Camilo

Por: Alexey Mompeller Lorenzo

El tercer hijo de Emilia y José Ramón fue inquieto desde que abrió los ojos. Así definieron a Camilo Cienfuegos Gorriarán sus hermanos Humberto y Osmany, cuando su llanto aquel 6 de febrero de 1932 despertó a medio Lawton.

Sin ser el más mimado de la casa hizo cuanto se le antoja a un niño. Mientras le duró la infancia, el río Almendares y la costa de Cojímar lo devolvían mojado y sus compañeros de juego lo culpaban siempre por dar un home run.   

El hombre de las mil anécdotas satisfizo los deseos de cualquier joven. Ejercitó los músculos y demostró sus aptitudes artísticas en San Alejandro, aunque los bolsillos vacíos le exigieron abandonar la academia para socorrer a la familia. En los bailes se robaba los suspiros de las señoritas y para los años donde en La Habana perseguían a los comunistas,  gritó ¡Revolución! en las calles.

Mucho antes de usar sombrero alón y olvidarse de la cuchilla, al Señor de la Vanguardia lo conmovía la realidad de la isla. Aún con uniforme escolar se atrevió a izar la bandera de la estrella solitaria en tiempos donde la insignia solo podía ondear en el corazón de los cubanos.

Vendría el exilio y allá fustigó a las dictaduras de turno en Latinoamérica. De regreso ni los golpes de la guardia rural lo hicieron entrar por camino. Él y otros que anticipaban el cambio no se detendrían hasta llegar a México, conocer a Fidel y timonear el Granma.    

Ya en los firmes de la Sierra Maestra, ni convertido en guerrillero renunció a los  libros. En una tregua aprovechaba para leer porque en la mochila, además de cargar municiones, llevaba versos y narraciones.

La presencia del libertador de Yaguajay late en Santa Lucía y Potrerillo. Ambas comunidades  escoltaron a Camilo  en uno de sus recorridos cerca del Escambray para entrevistarse con el Che y de paso por la zona abrazar al pueblo, prestar su nombre para el hijo de Rosa Gallardo Carmona, lamentablemente fallecida en el parto, y sonreír ante una cámara fotográfica que legó a la historia su paso por Cabaiguán. 

Meses previos a que el mar lo envolviera en sus olas, finalmente el rebelde entró a La Habana y entonces nadie le impidió enarbolar su bandera.    

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