Este 25 de septiembre Cuba entera regresará a las urnas El Código de la Familia espera la decisión: otra vez los mayores de dieciseis años cargaremos con la altísima responsabilidad de decidir el futuro de las generaciones actuales y las que están por venir.
Por Lillipsy Bello Cancio
Una decisión aparentemente muy sencilla, una cruz, ¿sí o no?… y la inclusión, el respeto a todos y cada uno de los que formamos esta sociedad, la contemporaneidad y la aceptación de todos los afectos demostrarán (o no) que los cubanos, solo nosotros, decidimos cómo vivir y que lo hacemos siempre sobre la base de la paz, el amor y en el camino del diálogo colectivo
¿Por qué soy de las convencidas que necesitamos esta nueva legislación, tal y como ha sido pensada por un montón de expertos y revisada y vuelto a revisar y enriquecida por todo el que quiso participar en el proceso de debate que tuvo lugar a todo lo largo y ancho del país? Razones sustentadas sobre la base de aquello que aprendí en la universidad de que “la familia es la célula base de toda sociedad” y los argumentos que fui aprehendiendo durante aquel lustro, sustentan mi anterior afirmación.
El próximo 25 de septiembre votaré por el “sí” porque quisiera que todas las personas que conozco (que no son pocas) y que no han podido experimentar la maternidad o la paternidad, ya sea que les gusten las parejas del sexo contario o sus similares, vivan en compañía o sean solteras, puedan satisfacer esa necesidad y que para hacerlo no tengan que esperar años, con lo cual no solo serían más felices ellos, sino que le darían la posibilidad a esa tercera personita de ser amado en una familia.
Diré que sí porque quisiera que mis amigos homosexuales, con más de treinta años viviendo juntos y un patrimonio construido a base del esfuerzo común, puedan sentirse protegidos y seguros de que, un día, cuando por ley de la vida, cualquiera de los dos falte, no podrá venir aquel hermano que lo rechazó siempre, que nunca más le habló cuando decidió “salir del closet” y que hasta le negó el saludo en plena calle, a exigir unos bienes de cuyo origen no tiene ni la más mínima idea.
Estoy de acuerdo con la presente norma jurídica porque en medio de esta oleada migratoria y la separación de las familias por pura y soberana decisión personal de alguno o algunos de sus miembros, son los niños los que ahora mismo más desprotegidos quedan, a merced de la obligatoriedad de un lazo que ya sabemos la consanguinidad no garantiza: son muchos los casos que conocemos de padres (y madres) que se marchan, olvidan, hasta desconocen y un buen día por “sabe dios qué razones” se acuerdan de sus derechos, cuando jamás ejercieron sus deberes.
¿O por qué la abuela que se quedó a cargo, que sufrió las perretas de la infancia, tuvo que lidiar con la rebeldía de la adolescencia, hizo mil y un malabares para garantizar la universidad y permaneció durante noches enteras bajando fiebres, aliviando dolores, acompañando decepciones, tiene menos derechos que aquellos que se marcharon buscando un futuro mejor a costa de cualquier cosa y pasando por encima de todos los afectos, olvidando incluir en ese futuro a ese hijo?
Diré que sí porque quisiera que el día que los padres de Andito no estén, el niño Síndrome de Down que conozco de toda la vida y que me regala su saludo cada vez que pasó por su casa, será cuidado por personas de bien y respaldado por una ley que exigirá a sus benefactores no solo condiciones de vida adecuadas para su desarrollo, sino todos, todas los ternuras y atenciones que él necesita y que aquellos le enseñaron.
Son muchas las razones que sustentan mi sí. A las anteriores pudiera agregarle una a modo de pregunta que siempre les hago a quienes todavía no están lo suficientemente convencidos: ¿negar el nuevo Código de las Familias hará que desaparezcan, así, como por arte de magia, los homosexuales, los niños sin familia, los abuelos sin protección?
Mucho antes de concluir el proceso de debate del nuevo Código de las Familias, ya podía vislumbrarse que en algunas cosas habría que determinar cambios, en otras habría que trabajar más algunos términos y conceptos y en no pocas sería prácticamente imposible alcanzar esa tan anhelada y por qué no cuestionada unanimidad, pero lo que sí pudo distinguirse desde el comienzo fue el consenso logrado en torno a la urgencia de una normativa, concebida desde una mirada menos dogmática y más de derechos humanos, que sirviera de justa cobija para todos… y es esta, amigos míos, otra infalible razón para ese SÍ.
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