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Soy maestro de nacimiento

Lo asegura Nilo Calero Rodríguez, quien atesora 27 años de labor como maestro en el sector educacional. Durante varios cursos se encargó de la preparación de los alumnos para los exámenes de ingreso a la Educación Superior

Al despedir la tarde, después de cumplir con todas sus obligaciones de trabajo, me recibió con los brazos abiertos en la sala de su casa. A estas alturas todavía no sé si tuvo un día ajetreado, porque durante el intercambio Nilo Calero Rodríguez no mostró ni el mínimo asomo de cansancio.

Con este profesor de Historia del municipio espirituano de Yaguajay, se puede conversar durante horas. A sus 61 años de edad sigue enamorado de esta disciplina como el primer día. Quizás por ello, cuenta la historia de los primeros pobladores, de los tiempos de la Colonia, la República y hasta del Período Revolucionario, con un dominio envidiable.

Rememora las hazañas y sus protagonistas y, sin proponérselo, logra que todo el que esté a su alrededor se quite el sombrero ante tantos conocimientos. De esos diálogos coherentes que nunca pierden el hilo, emana la pasión por una materia que lleva en sus venas.

“La vocación por el magisterio viene desde niño. Tuve muy buenos maestros, y creo que ese ejemplo, formó mi vocación. El buen maestro no solo instruye, educa, sino que se convierte en un patrón de conducta. Recuerdo que yo quería escribir en la pizarra como mi maestra Ada Torres, quien me enseñó a leer y a escribir.

“Sus clases de Historia me encantaban, incluso, fui su monitor de primero a quinto grados. Ya en sexto grado tuve como maestra a Coralia Cruz, que marcó mucho en mi vida, pues ayudó a moldear mi aptitud. Participé en eventos de monitores a nivel municipal y provincial. Claro, cuando comparo la clase que daba aquel niño con la que imparte un profesional hoy, lógicamente hay muchas distancias”, evoca Calero Rodríguez.

Y aunque abonó sus sueños de educador en Las Nuevas de Jobosí, en plena geografía yaguajayense, con el paso del tiempo otro camino empezó a vislumbrarse en el horizonte.

“Soy fundador de la Escuela Militar Camilo Cienfuegos, de Sancti Spíritus, en 1978. Aquí curso el Preuniversitario y, una vez terminado, me dan a escoger carreras de perfil militar. Entonces, me inclino por la carrera de Político Militar en las Unidades de la Defensa Antiaérea, en el Instituto Técnico Militar. Allí, luego de cuatro años, me hice licenciado en Ciencias Sociales”, cuenta el profesor.

Bajo las luces de esta formación emprende su labor en el ámbito militar. Llega al Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y, con escasos 22 años, comienza a impartirles clases a los soldados.

Al concluir sus faenas en este sector, retorna a la vida civil. Mucho antes de rozar con el espacio del aula en el norte espirituano, Nilo trabajó durante nueve años en el central Abel Santamaría, ubicado en el municipio de Encrucijada, en Villa Clara.

Sin conocer la maquinaria azucarera, se coló de a poco en este mundo, y se desempeñó como operador de Máquina de moler y hasta como jefe de molida. Entre aquel armazón de hierros también regaló saberes. Su vida no perdió atractivos. Por cada lugar que transitó, dejó sus enseñanzas.

Tanto es así que, al llegar a Yaguajay, en 1997, varias fueron sus escalas en el sector educacional. En la Secundaria Básica Camilo Cienfuegos, de la capital municipal; en la Santos Caraballé, de la localidad de Iguará; en el otrora Instituto Politécnico de San Marcos y en el Instituto Preuniversitario Héroes de Yaguajay, ubicado en Centeno, están las huellas de este maestro.

Dichos planteles, a los que arribó por necesidad del gremio, avivaron sus deseos de enseñar. La prueba está en el Centro Mixto Felino Rodríguez, sitio en el que asumió la preparación de los alumnos de duodécimo grado, con vista a los exámenes de ingreso a la Educación Superior.

“En los siete cursos que trabajé en el centro, me desaprobó un solo estudiante. Lo digo con tremendo orgullo porque te pasas noches enteras pensando en el muchacho que está mal, y te pasas días enteros trabajando en el aula. El secreto de alcanzar buenos resultados en el ingreso es creer en los muchachos que tienes, esa es la materia prima, y ellos dan, lo que tú seas capaz de enseñar.

“Lo que sé de preparación de ingreso lo aprendí del profesor Juan Leonardo Díaz Martell. Fue él quien me enseñó a dar los primeros pasos para preparar y entrenar a un estudiante que se enfrenta a un examen de un nivel superior al que está acostumbrado.

“Un alumno de ingreso se prepara en dos direcciones: la instrucción y el entrenamiento. Primero hay que instruirlo, es decir, que sepa contenidos de la asignatura, y eso tiene que darlo el profesor. Por eso, los docentes que asumen el ingreso tienen que estar bien preparados. Por otro lado, con el entrenamiento se le crean habilidades al estudiante para enfrentar las pruebas. Entonces, cuando conjugas de forma armónica estas dos direcciones, hay resultados.

“El profesor de Historia tiene que distinguirse en la escuela como lo hace el de Matemática con sus números perfectos, y el de Español, con su caligrafía impecable. El profesor de Historia siempre tiene que estar rodeado de muchachos”, refiere el pedagogo, y le brillan los ojos mientras recuerda aquellos años en los que el aula era su otra casa.

Y es que Nilo no es un docente cualquiera. Mientras estuvo delante de un aula, hizo suyos los problemas e inquietudes de sus alumnos. Por eso, cuando se acercaban las pruebas de ingreso, vivía jornadas de mucha presión. Sobre sus hombros descansaba la responsabilidad de encaminar a los muchachos hacia la universidad.

“Eso es muy fuerte para el que sienta su trabajo, para el que se respete a sí mismo. Como consecuencia de esa tensión, en estos momentos soy diabético, debido al estrés. Además, en esos días de exámenes me aparecía hasta un movimiento involuntario en los ojos, no dormía bien por la preocupación, porque es un proceso muy tenso para el profesor, los estudiantes, y las familias”, agrega.

Con todos esos saberes bajo el brazo, llegó a la Dirección de Educación en Yaguajay para desempeñarse como metodólogo municipal de Historia. Gracias al dominio que posee de los contenidos de la asignatura en los niveles educativos Secundaria Básica y Preuniversitario, hoy se encarga de preparar a los cerca de 51 maestros de esta disciplina en el territorio.

Desde aquí vela por la calidad del aprendizaje y de la clase, así como por la preparación de los docentes. Y aunque no se ha divorciado del magisterio, todos los días extraña estar delante de un aula. “A mí lo que me gusta es dar clases. Soy maestro de nacimiento. Soy más maestro que metodólogo”, asevera.  

Mas, desde cualquier labor, Nilo tiene claro que siempre defenderá la Historia. “Uno defiende lo que cree, y yo creo en la historia de mi país. Para mí dar clases de Historia no es un castigo, es algo que disfruto mucho. La Historia es una necesidad. Si no alimentamos la conciencia de los seres humanos, cómo vamos a ser capaces de proyectar futuro alguno”, recalca Nilo.

En el transcurso de sus 27 años en el sector educacional, este pedagogo posee incontables reconocimientos. Las medallas Servicio Distinguido de las FAR, Distinción por la Educación Cubana, Rafael María de Mendive y la Pepito Tey, entre otros lauros, avalan la trayectoria del profesor. Sin embargo, su mayor galardón, son los estudiantes.

“Ese es el premio. Si usted trabajó bien con un alumno, logró hacerlo un buen hombre. No hay mejor recompensa que te saluden, abracen, que vengan y te digan: ´este es el profe que yo más quiero´. Cuando usted actúa bien, siempre se recogen frutos”, señala el metodólogo municipal.

Detrás de sus pasos, hay una gran familia que lo impulsa a seguir adelante. “Comparto mi vida con una maestra primaria que entiende lo que hago y, mi mamá, a sus años, también está al tanto de cómo va el trabajo”, asegura, y se le nota el orgullo.

A sus seis décadas de vida, Nilo se siente como el primer día que tomó el camino de la enseñanza. Su mente está intacta, así como sus deseos de educar. Por ello, ni piensa en la jubilación.

“No quiero hablar de la jubilación. No sé lo que va a pasar con eso, porque no me veo inactivo. Si me jubilo, me reincorporo, o sencillamente, no me jubilo. Tal vez tome el ejemplo de un amigo que, a sus 72 años, me dijo que va a estar ahí, mientras pueda estar de pie. Creo que haré lo mismo. El magisterio es mi vida. Sin eso no podría hacer nada más”, concluye el educador y por un instante se le quiebra la voz.

Ese es Nilo Calero Rodríguez, el profesor de Historia, el metodólogo municipal, el ser humano que se levanta todos los días enamorado de lo que hace, y que defiende su profesión, tanto como su vida.

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