Una parálisis cerebral espástica, provocada por un trauma medular, dejó a Dionel Pérez Pérez con discapacidades motoras y cognitivas. Sus limitaciones las compensa con el amor de la familia
Los rostros de Onelia Pérez González y Ramona Pérez Pérez están tatuados con las huellas de la fuerza y el optimismo. No importa si la vida las ha hecho pedazos; lo cierto es que, en medio del dolor, han logrado recomponerse y andar. No ha sido fácil. Ellas lo saben de sobra. Mas a golpe de fe y de un instinto familiar que supera la mayor de las adversidades, han conseguido mantenerse en pie.
Por más de 50 años, esta madre e hija han luchado a brazo partido por Dionel Pérez Pérez, a quien la vida le puso una brutal zancadilla a los dos años y seis meses de edad. Desde entonces, ellas no han hecho otra cosa que cuidar a este ser querido que, debido a un trauma medular, sufrió una parálisis cerebral espástica que afectó sus capacidades motoras y cognitivas.
A las puertas de los 59 años de Dionel, el venidero 12 de febrero, Escambray viajó hasta Iguará, en el norteño municipio espirituano de Yaguajay, para aproximarse a su historia. Allí lo encontramos, sentado en el piso de la sala de su casa, ese espacio en el que permanece durante todo el día hasta que llega la hora de dormir.
Nos acercamos y, aparentemente, él no lo percibió. Mas, su mirada repasó de un lado a otro el recinto, como quien advierte la presencia ajena. Pasados unos minutos, sus ojos volvieron a la normalidad. Encontraron refugio en el rostro de Onelia, su madre.
UN DÍA FATÍDICO
Todo comenzó cuando Dionel tenía dos años y seis meses de edad. Unas diarreas inesperadas lo remitieron hasta el Hospital General Docente Joaquín Paneca Consuegra, de Yaguajay. Jornadas después, el estado del pequeño se complicó.
“A los 20 días de estar en el hospital el niño se puso grave. En las afueras se comentaba que se había caído de la cama. Yo estaba ajena porque, cuando aquello, no dejaban que las madres se quedaran con los hijos dentro de los hospitales. Entonces, cuando nos llamaron, era casi imposible entrar. Se hizo una junta de médicos y hasta de Caibarién vinieron algunos. Estuvimos 30 días mirando el reloj, esperando lo peor, pues estaba muy mal.
“Cuando pasaron esos 30 días me lo remitieron para Santa Clara. Allí me dijeron que el niño se podía quedar ciego, que la cabeza se le podía poner más grande que el cuerpo…, no quiero acordarme de las cosas que me explicaron. Por último, le dieron tres meses de vida y lo mandaron para la casa”, cuenta Onelia, y la voz le tiembla por un instante.
No es para menos. Muchos en su lugar no hubieran soportado este golpe. Sin embargo, ella tuvo que resignarse a la idea de ver a su hijo sin caminar y sin independencia para realizar las diferentes actividades. “Así como tú lo ves se ha pasado la vida, pero no importa. Le agradezco a Dios tenerlo aquí conmigo”, dice y acaricia el rostro de su hijo una y otra vez.
Dionel no puede caminar. Sus pies y sus manos poseen malformaciones y, aunque son estas sus limitaciones más visibles, tampoco posee habilidades cognitivas. Estas discapacidades fueron provocadas por una parálisis cerebral espástica que le dejó aquel trauma medular.
“El niño no puede caminar, pero se mueve de un lado a otro de la casa. Va al cuarto y hasta la cocina, porque le encanta el café”, refiere la progenitora y se ríe, pues nadie mejor que ella para saber las veces que tiene que colar para complacerlo.
“¡Ah!, llama a todos los de la casa, y no duerme si no es al lado mío, con su cara junto a la mía”, agrega Onelia y agradece disfrutar de este privilegio a sus 78 años de edad. Cada gesto y cada movimiento de Dionel es un motivo para sentirse viva.
CUIDADOS NECESARIOS
Bien temprano en la mañana, mucho antes de que el sol asome, Dionel se despierta. Con su propio lenguaje —otra de las secuelas de su padecimiento—, pide volver a su rutina. Junto a él, su madre y hermana no descuidan su atención ni un solo instante.
Basta ver a Onelia, con sus más de siete décadas a cuestas, en el ajetreo de la cocina; mientras Ramonita, como todos la conocen en el barrio, se enreda en la limpieza de la casa y en la batea. “Han sido años muy duros, pero hay que batallar y guapear. Yo soy la única hija hembra y tengo que ayudar a mi madre.
“Además, mi papá, en vida, siempre me dijo que yo tenía que ayudarla a atender a mi hermano, y aquí estoy, todo el tiempo con ellos, aunque en ocasiones tengo que cuidar el niño de mi hija para que ella pueda hacer las guardias en el policlínico”, asegura Ramonita.
Aun cuando la edad de Dionel lo clasifica como adulto, no lo es. En su rostro hay lógicas huellas del tiempo, pero en el semblante, mucha ingenuidad y pureza.
“Nosotros le damos el desayuno, el almuerzo, la comida… Lo bañamos y lo acostamos a dormir. Se lo hacemos todo y jamás nos cansamos. Le damos mucho cariño. El amor no le falta”, confiesa la hermana.
Esa verdad la corrobora una de las sobrinas, Yaimí Martínez Pérez: “Dionel es el centro de la familia. En torno a él gira todo. Para él estamos y estaremos”, apunta.
EL DON DE AGRADECER
La atención a personas como Dionel resulta una prioridad en Cuba. No por gusto, cuando residía en la comunidad de Pozo Colorado, perteneciente al municipio de Taguasco, tres años atrás, la asistencia social le garantizó refrigerador, cama, colchón, sábanas, toallas, equipos electrodomésticos, módulos de aseo y alimentos.
Unido a estos beneficios, la familia de Dionel también recibía una pensión mensual para su cuidado. “En ese momento la situación económica del país no estaba tan difícil como ahora. No obstante, nos siguen ayudando con productos de aseo y otras cosas que entran para estos casos”, destaca Ramonita.
Una vez asentados en la comunidad de Iguará, en Yaguajay, Dionel y su familia han recibido el apoyo y el cariño de sus vecinos; tanto que el cumpleaños pasado se lo celebró la comunidad, idea gestada por la delegada de la circunscripción 83 de San José.
“Le trajeron panetela, refresco…, y los vecinos le hicieron muchísimos regalos. En el barrio todos lo quieren cantidad”, recalca Onelia, y sus ojos brillan de satisfacción.
Y mientras agradecen tantos gestos hermosos y humanos, esperan tener de vuelta la pensión mensual que le retiraron tras su mudanza a Iguará, en Yaguajay. De esta forma aliviarán en lo posible la situación económica de los tiempos que corren.
LA MIRADA DE DIONEL
Durante casi 30 minutos los ojos de Dionel recorrieron la casa de una punta a la otra. Con la mirada esquiva advirtió de seguro nuestra presencia. De alguna u otra forma se lo hizo saber a su madre.
Y aunque él ni siquiera supo quiénes éramos, ni cuál era el propósito de nuestra visita, conocer su historia tocó las fibras humanas y devino oportunidad para agradecer siempre por la vida.
Quizás para el próximo encuentro la fórmula para ganar su confianza tendrá que ser el afecto constante, la sonrisa y el amor eterno que le profesan Onelia y Ramonita.
Publicación Recomendada: