Sin nunca haberse zafado el arique que lo ataba al campo, Tomás Álvarez de Los Ríos llevó como ningún otro novelista cubano de su tiempo la esencia rural del país a la narrativa contemporánea
Por: Aramis Fernández Valderas
La historia admitiría varios comienzos. Podría empezar con el niño que un día recibió de su padre la orden de eliminar con su tirapiedras al pitirre abejero que amenazaba con arruinar la colmena de la casa y que, apresurado y confundido, mató a un sinsonte que él llamaba su cajita de música y que era la pequeña gran alegría de la familia; o con el niño que narraba a sus amigos cuentos de brujas y aparecidos que los mantenía embobados; o con el mismo niño, ya hombre, que un día vio a su padre rechazar con desprecio una novela cubana de ambiente rural.
Porque estos escritores hablan siempre de un campesino que, por más que lo vinculen a la tierra, los bueyes y el arado parece siempre estar vacío, carente de vida interior, o con el mismo hombre que un día diría a su progenitor, sumido ya en una dolorosa agonía: “Papá, estoy escribiendo una novela en la que usted es uno de los protagonistas”, sólo para escuchar de la boca del moribundo una frase lapidaria y desalentadora: “Buena mierda te va a salir”.
Tomás Álvarez de los Ríos, el niño de quien les habló, nunca se pensó escritor, no fue el intelectual de camisa de manga larga, sino el hombre que sacó del surco las maravillosas historias que después los lectores cosecharon mediante la lectura ávida de sus novelas, estás afinadas con el laúd del monte y el espíritu del guajiro.
Apenas conoció la escuela, se apropió del conocimiento de forma autodidacta y haciendo locuras cuerdas.
Nació el 28 de julio de 1918 y casi toda su vida la pasó mirando los elevados de guayos, donde antes había tremendo pantano, esperando a cada diciembre para observar las parrandas y “esperando” como el mismo afirmó en una entrevista a este periodista “que un día el guajiro fuera un hombre verdaderamente libre”, esa fue la dicha mayor de su vida y aún en su ataúd se le veía sonriente porque sobre él estaba la bandera cubana.
El despalador de tabaco escuchaba la lectura de los lectores de tabaquería, y mientras apartaba las hojas se le iba metiendo el bichito del conocimiento en las entrañas del cerebro
La Escoba, fue un periódico fundado por Tomás, en el arremetía contra las irregularidades, pero era muy pequeño en el no cabían tantos atropellos que ocurrían en la zona de Guayos y Cabaiguán
Como la cabra siempre, nunca quiso irse a la Habana y decidió seguir hundido en Sancti Spíritus donde junto a las Farfanes también creó el Museo de los refranes, donde miles de frases dan fe la filosofía agraria de su vida.