Por: Aramis Fernández Valderas.
Herminia, espera las tardes manoseando amarillentos papeles, casi sin letras, la mirada penetra más allá del horizonte, la brújula no indica el norte. Guayos es pequeño desde que Fayad Jamis partió por ese itinerario errante para confundirse con las luces de Paris.
Los años marcan el rostro de las destruidas paredes, el enamorado no aparece, las alucinaciones le hacen ver al Joven Jamis del otro lado de la acera, siempre escribe. Tomás Álvarez de los Ríos, el confidente, entrega poemas cargados de amor, Herminia, en silencio, mira los penetrantes ojos azules del Moro.
Nunca le dije que le amaba, solo amigos, ¿Cuántos años perdidos por negar un sí?, ella no lo dice, en la profundidad de la mirada están las palabras prisioneras del secreto por no abrir a tiempo la verja de hierro y llevar el secreto hasta el sepulcro…
Con tantos palos que les dio la vida; no existe el minuto de la confesión, mira las deterioradas hojas, guarda en el regazo el libro sin publicar del poeta, quizás la noche es la voz soñada;loco de mirada triste, que sólo sabe amar con todo el pecho; fabricarpapalotes y otras patrañas que se las lleva el viento.
Guayos es más pequeño, desde que el poeta murió el 12 de noviembre de 1988. Fayad sigue el itinerario errante, de vez en cuando se asoma a la cuartería de Caraballo, busca a Crucelia, no la encuentra, busca a Herminia, no la encuentra, busca a Tomás, no lo encuentra, también se fueron, pero están en las leyendas y realidades de un pueblo que se precia de haberlos tenido como hijos. Fayad continúa brújula en mano señalando el camino.